jueves, 26 de marzo de 2009

De Cenicientas y de príncipes rosados

Tenía tiempo y ganas de disertar sobre el asunto.



COMPLEJO DE CENICIENTA

El desafío de ser independiente

Así se define al miedo que experimentan aun muchas mujeres a la independencia, ese constante esperar por el "príncipe azul" (¿rosado?) que llegue a rescatarlas y se haga cargo de todo. Con la salvedad, claro está, de que muchas veces Cenicienta se queda en la misma: encerrada en el palacete de su pequeño príncipe horneando galletas, barriendo pisos y cambiando pañales. Ningún desdén por las tareas no remuneradas en el hogar – muy al contrario, el mayor de los respetos a las mujeres que trabajan el doble y las más de las veces ni siquiera se les reconoce por ello – pero me nació la idea, en otro de mis tantos momentos de inspiración en la ducha, de disertar acerca de un tema sobre el que he tenido oportunidad de conversar muchas veces con otras personas y sobre el cual pienso otro tanto por cuenta mía.

El complejo de Cenicienta considero que puede abordarse por varias perspectivas, pero la que ahora ocupa este pequeño ensayo va enfocada más que nada al ámbito educativo y laboral, que es donde suele haber más confrontación al respecto.

Basta con partir de ese paradigma que es como astilla debajo de la uña: dada una familia (con o sin hijos, podemos partir únicamente de la pareja y no cambiaría el punto), si la situación económica en el hogar puede ser sostenida únicamente con el salario del hombre, la mujer no tiene necesidad – "no debería" – salir a trabajar. Vamos, el infaltable modelo tradicional de pareja donde se nos presenta el concepto del "hombre proveedor" y cabeza del hogar y a la mujer en su supuesto rol de ama de casa. Una de las construcciones sociales más difíciles de barrer por cierto, creo que nadie lo ignora.

Sin ir más lejos que esa premisa, se desprenden tácitamente dos preceptos a raíz de ella: por un lado, que la formación en cualquier profesión (de nivel terciario o del que sea, tanto da) no obedece a una vocación auténtica y que no está orientada sino a "ganar dinero"; por otro lado, y de la mano con lo antedicho, que la mujer, si estudia, no lo hace o no debe hacerlo movida por auténtica vocación sino sólo como una suerte de "alternativa secundaria" en caso de que no haya un hombre para mantenerla económicamente.

Entendamos algo y que no quede duda: no pretendo con esto decir que se trabaja pura y exclusivamente por amor al arte, nadie con dos dedos de frente o un mínimo de sentido común ignora que quien no cobra no come; pero también tiene que quedar clara la contrapartida de ello, y es que el trabajo pura y exclusivamente en razón de la remuneración económica es algo lisa y llanamente vacío. El "me gustaría estudiar abogacía" o "lo mío son las matemáticas" obedece a que las personas tenemos vocación, nos vemos inclinados a un área o áreas determinadas porque sentimos que es lo nuestro. En fin, sin ir más lejos, porque no se trabaja solamente por la plata. Nos formamos como profesionales también por vocación (que en mi opinión personal debiera primar siempre por sobre la perspectiva económica).

Pero no nos desviemos y retomemos el asunto que nos ocupa: volviendo al concepto del hombre proveedor y de la mujer que sale a trabajar como plan B "hasta que consiga un hombre que lo haga por ella" es, además de claramente discriminatorio, de hecho algo pernicioso y parasitivo.

¿Por qué es parasitivo? Porque fomenta el clientelismo: recibo dinero de arriba y me quedo tranquila, no tengo ni siquiera por qué terminar mis estudios y trabajar si alguien lo hace ya por mí. Amén de la seguridad que resta a la mujer y el apuro en que puede llegar a dejarla en caso de, pongámosle por ejemplos, divorcio o viudez. Sí, sí, me quedó clara la parte de "estudio y me recibo como plan B", pero va siendo hora de abrir los ojos: a una señora que padeciera cualquiera de las antedichas u otras eventualidades a los 50 años le será sumamente difícil, sino imposible encontrar trabajo si no tiene ninguna experiencia laboral previa – obviamente, porque contaba con que el príncipe/proveedor se haría cargo de todo. Y existen, es necedad ignorarlo, factores no cuantificables como lo son la seguridad y la confianza en sí que confiere el tener trabajo y sueldo propio, el valerse por uno mismo – ser, en otras palabras, independiente; y aquí cabe resaltar el complejo de Cenicienta como básicamente el miedo de algunas mujeres a la independencia (por falta de confianza en sí mismas, porque así las crían toda la vida; las razones dependerán de cada caso particular). Pasa una a ser la mujer trofeo, la mujer mueble, la mujer dependiente del marido.

¿Por qué es discriminativo? Porque aun asumiendo el supuesto de que se trabaja puramente para asegurar el bienestar económico y que no hay una verdadera vocación detrás de ello, ¿por qué ha de arrogarse el hombre el papel de proveedor del hogar? Porque se habla de que "si el hombre puede mantener el hogar la mujer no necesita/no debería salir a trabajar", pero la sola idea de que ocurra viceversa suscita, en el mejor de los casos, un intolerable rubor doloroso y un atropello de poner en duda la masculinidad del beato en cuestión. Insisto, eso en el mejor de los casos.
1.- ¿Por qué el hombre estaría, en teoría, capacitado para llevar las riendas económicas del hogar, y la mujer es por defecto quien debe permanecer en él? Si se trata de que alguien se quede en casa cuando el sueldo de uno alcanza, ¿por qué tanto escándalo de que suceda lo opuesto y sea la mujer quien sale a trabajar, y el hombre quien permanece en casa?
2.- ¿Bajo qué supuesto la mujer tiene que asumir como natural el hecho de que sólo debe trabajar "si necesita el dinero y no tiene un hombre que se lo provea"? ¿Para eso se invierte en años de formación profesional, para aspirar a lavar platos y hornear galletas?

Discriminativo, sí, y en el sentido bidireccional de la palabra. Se discrimina por un lado a la mujer, poniendo en entredicho tanto su capacidad para asegurar económicamente un hogar como su derecho a seguir una verdadera vocación profesional sólo porque ha elegido casarse/convivir con un hombre, y se discrimina por otra parte al propio hombre, de quien se acusa poco menos que impotencia si no se ajusta al modelo ortodoxo del único proveedor y responsable.

Espabilando, mis buenos señores y damas, espabilando: este preconcepto pasado de moda equivale a decir que más de la mitad del presupuesto de educación terciaria (en Uruguay más de la mitad de la población universitaria es de sexo femenino) se está malversando en formar no a futuros profesionales sino a sus esposas.

Una vez más, el complejo de Cenicienta se podría abordar por muchas otras vertientes además de la que versa sobre la cuestión de la independencia económica y la inserción de la mujer al trabajo extramuros el hogar, y no por ello se desdeña el trabajo que en él realizan – es de hecho loable que la mayoría de las mujeres hoy día trabaja dentro y fuera del hogar, sobrellevándolo con más entereza que muchos de los hombres que sólo trabajan fuera –, pero entenderlo como un modelo por defecto por sobre la orientación vocacional y como conformismo económico es sencillamente ridículo, carece de toda base sustentable más allá del prejuicio y la discriminación.

Si vamos a prejuzgar, tengamos al menos un criterio mínimo sobre lo que estamos prejuzgando y las consecuencias que eso ha traído – que sigue trayendo – a la sociedad en su conjunto.

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