miércoles, 26 de mayo de 2010

Fuego inquisitorial

"Todos estamos asustados. Te escondiste en esa trinchera porque creías que todavía había esperanza. Pero Blithe... la única esperanza que tienes es aceptar el hecho de que ya estás muerto. Sólo entonces puedes funcionar como un soldado debe hacerlo: sin misericordia, sin compasión, sin remordimiento. Toda guerra depende de ello." - (Band of Brothers, cap 3: "Carentan")

El diálogo en cuestión se produce entre el teniente Ronald Speirs y el soldado Albert Blithe luego de que este, asustado, se queda escondido en una trinchera durante el combate. A pesar de lo sangriento del capítulo (de hecho, uno de los más sangrientos de la miniserie creo yo) ese es uno de mis diálogos preferidos, que tanto me transmite.

Quiso el azar que recordara ese diálogo, mientras pensaba acerca de mis últimas confrontaciones de conciencia con ese flagelo de la humanidad, el aborto, que ya se ha servido hasta la ebriedad de sangre. Nos sentimos algunos muy similar a como se siente el soldado Blithe en el capítulo antemencionado: enfrentados a un enemigo que nos lleva una ventaja tremenda, que no cesa de golpearnos con una brutalidad abismal, y con miedo de salir afuera y convertirnos en blanco de sus armas. Si tenemos en cuenta que por aquel entonces la eugenesia estaba muy de moda en la Alemania Nazi, me permito decir que la comparación es extraordinariamente fiel.

A menudo siento miedo. Me da miedo hablar en voz alta y enfrente de otras personas cuando se trata de estos temas tan controvertidos y sensibles, me intimida la posibilidad de enfrentar el prejuicio fanático de nuestros detractores y aun que lleguen a perjudicarme en su afán de desesperada censura, como tantas veces ocurre. No es una exageración.

Así me atrinchero detrás de un ‘no es el momento y/o lugar adecuado para hablar de esto’, ‘no tiene sentido, de todos modos no me van a escuchar’, ‘tengo que esperar hasta poder hablar sin arriesgarme a ser objeto de retaliaciones que perjudiquen mi carrera’… y en mi trinchera, espero. Espero. Y sigo esperando, esperando indefinidamente a que ‘sea el momento’. Mientras espero, la gente sigue muriendo ahí fuera desmembrada por el filo de un bisturí o ahogándose en solución salina.

Pienso en eso y me acuerdo de por qué soy soldado en esta guerra: el momento adecuado – el único momento – para salir de la trinchera es ahora y ni un segundo más tarde. No hay esperanza más allá del ya y del ahora mismo, y mientras no sea capaz de aceptar que no hacer nada es estar ya muerta de antemano, el miedo seguirá reteniéndome en esa trinchera mientras los que me necesitan se están muriendo enfrente de mis ojos. Sólo renunciando a ese miedo y abrazando las consecuencias que hayan de venir, entonces podré pelear esta guerra como debe pelearse: sin compasión, sin misericordia, sin remordimiento.

Sin compasión por los intereses políticos y económicos de los promotores de un nuevo y más terrible Auschwitz. Sin misericordia por las manos que se manchan con la sangre de víctimas inocentes. Sin remordimiento de esgrimir la verdad por el mango y sostener el pesado escudo de la conciencia, cuyo peso no debe bajo ningún concepto derribarme sino fortalecerme para defender lo que debe ser defendido.

Esto no es retórica, no está dirigido ni orientado a convencer pro-abortistas de nada. Ellos tienen sus propios miedos, no es por otra razón que riegan de sangre las grietas de sus temores e inseguridades. Esto es para los que se les oponen y también tienen miedo, como yo y como tantos; para que sepan que ninguno de nosotros está solo en esta guerra, y si alguna fuerza pudiera infundir compartiendo mis propios miedos con ustedes sabré que cada letra ha valido más que cualquier cómodo eufemismo ofrecido por los enemigos de la vida. Y si ellos también leyeran esto, nada puedo desear más que convertirme en blanco de rabia fanática y prejuicios vacíos: no escribo para conformarlos ni para explicarles nada – me consta que nadie va a cambiar de parecer por dos o tres cosas que diga yo –, sino para indignarlos y molestarlos hasta la más descarnada corrosión. Una conciencia indignada y molesta es una conciencia que piensa; y quizás, sólo quizás, se detenga a pensar más detenidamente de lo que lo ha hecho hasta ahora.

No debemos tener miedo de pasar por locos y fanáticos, como tantos pasaron en su momento; y si lo tenemos nuestra obligación es fortalecernos hasta darle miedo al miedo. Bienvenido sea si tengo que pasar por el fuego inquisitorial de los otros locos y fanáticos. Si nos dejamos dominar por el miedo a defender la vida, el nuestro es un problema muy serio y difícilmente nos alcanzará el valor para defender más nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

§å¥ å Þrå¥εr