viernes, 19 de noviembre de 2010

Y cómo cuesta...

Creo que hay dos cosas que hacen a las personas genuinamente libres: la lealtad a sí mismas y saber que tienen derecho a equivocarse y ser perdonadas. Se nos quita un buen peso de la espalda al saber que el perdón, si lo queremos, también puede ser para nosotros. Ni siquiera tenemos que merecerlo, sólo tenemos que pedirlo; y eso lo hace tan especial: nadie es tan pobre que no pueda regalarlo ni tan rico que no lo necesite. Igual que la libertad, no se le niega a nadie. No se le puede negar ni quitar a nadie. Los verdaderos grandes de nuestro tiempo y de otros lo esgrimían, razón por la cual no hubo fuerza de este mundo que los derrotara ni aun cuando toda vida se había esfumado detrás de sus ojos.

Un arma que no hiere pero que por sí sola ha conquistado enemigos tenidos por irreductibles. La razón de que no nos extrañe cómo entonces se recurre tan poco a ella, es porque toda arma poderosa requiere de una mano preparada para esgrimirla correctamente. Su uso tiene que practicarse y perfeccionarse constantemente. No son todos que tienen la constancia y la entereza para eso.

Y tampoco resulta siempre sencillo para todos aceptarlo cuando se nos ofrece. Creo que si pensáramos un poco mejor de nosotros mismos y del juicio de quienes nos perdonan, nos costaría algo menos disfrutar de la auténtica libertad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

§å¥ å Þrå¥εr