
Menos de cinco días para el 25 de noviembre, día internacional por la erradicación de la violencia contra la mujer. La fecha fue elegida en memoria de las tres hermanas Mirabal (Minerva, María Teresa y Patria), activistas de República Dominicana que fueron brutalmente asesinadas por el régimen de Rafael Trujillo: miembros de la policía secreta de Trujillo las interceptaron, les propinaron una brutal paliza y las estrangularon, arrojándolas luego por un precipicio en el mismo vehículo en que viajaban para simular un accidente. El descubrimiento de ese crimen fue uno de los alicientes principales que alentó el movimiento anti-Trujillo en dicho país, con su consecuente caída.
No es por casualidad ni por abundancia de tiempo libre que traigo esto a colación.
A no muchos más días estamos del 29 de noviembre, y el escenario no es República Dominicana sino la República Oriental del Uruguay: los uruguayos tenemos que elegir presidente de aquí a 5 años. No hay más que dos opciones: Dr. Luis Alberto Lacalle o José Mujica Cordano.
¿Qué tiene que ver esto con la violencia contra la mujer? Absolutamente todo, y sin más preámbulo lo traigo a colación a raíz de declaraciones efectuadas por el candidato José Mujica acerca de las mujeres, que además de indignantes son evidentemente la causa y efecto de una cultura arraigadísima de desmedro de la dignidad de la mujer en nuestro país.
"¿Vos te creés que el problema importante es la representación política de la mujer y todo lo demás? A la inmensa mayoría de las mujeres no les interesa la política, les interesan otras cosas."
"Fenómeno, viva la cara de ellas (las mujeres con mejor escolaridad en la universidad), no estoy en contra, pero no me masco esa pastilla de esa mujer intelectual que está postergada, por favor."
O bien José Mujica desconoce imperdonablemente la de sacrificios y esfuerzos titánicos que supuso para las mujeres conquistar, entre otros, el derecho al voto y al trabajo, o bien está al tanto y le importan menos que nada. Haga alguien el favor de enseñarle, además de los usos del jabón y la esponja, de los textos de historia que versan sobre el asunto para que se entere de que a las mujeres, lejos de lo que manifiesta él en sus declaraciones, sí que les interesa formar tanta parte de la vida política de su país como cualquier otro ciudadano de pleno derecho.
¿Considera el señor Mujica que preferimos quedarnos cómodamente en casa, haciéndonos amigas del detergente y los platos, y desentendernos de la vida política del país que nos afecta a nosotras tanto como a cualquiera que viva su día a día en este bendito suelo? Al parecer sí, de otro modo no se explica que haga declaraciones tan agravantes y despreciativas de los tremendos logros que hemos tenido para conquistar nuestra participación en el Gabinete, en el Parlamento y en los órganos de Justicia; lucha que está todavía lejos de terminarse porque seguimos viviendo en un país donde las mujeres ganan menos que los hombres por desempeñar exactamente los mismos cargos (descontando el trabajo no remunerado en el hogar, que es todavía malentendido como tarea exclusiva y aun obligatoria por parte de la mujer, en lugar de compartida con el hombre).
Desde luego, no cabía tampoco extrañarse de declaraciones tan exiguamente cimentadas acerca de las mujeres con estudios terciarios. El señor Mujica puede bien envidiarnos cuanto le plazca, mientras nos respete: no es desde luego culpa nuestra que él no completara más de sus estudios primarios, a lo sumo secundarios si debo dar el beneficio de la duda sobre aquello de lo que no estoy del todo enterada. Entérese, señor Mujica, y haga el favor de no abrir la boca para dar sobrada cuenta de su consabida ignorancia: las mujeres constituimos hoy día la mayoría de la población universitaria. Si le duele, haga el favor de no estallar demasiado notoriamente en llamas.
La mujer, para el señor Mujica, es lo mismo que para todos los demás hombres (y tristemente también mujeres) que justifican de una u otra manera la violencia de género: una subciudadana, tal y como versa el título de esta nota, porque no debe aspirar a los mismos derechos y deberes que sus pares masculinos. Una suerte de ser humano inferior al que tratar con indulgencia, siempre que no transgreda los límites y deba por ello ser castigada; a saber, querer meterse en la política (que de las declaraciones antedichas se desprende tácitamente como una 'ocupación de hombres') o aspirar a una formación profesional más allá del doctorado en lavado de pisos y tecnicatura en servicio a la habitación para el marido.
Que quede una cosa muy clara: en esta nota no hay en absoluto ninguna pretención de desmerecer a las mujeres jefas de hogar ni a las amas de casa, entre otras cosas porque es loable el trabajo que realizan esas mujeres, y muchísimo más remarcable por cuanto muchísimas veces dicho trabajo no es ni reconocido ni remunerado. Ni que hablar de las mujeres que trabajan tanto dentro como fuera del hogar. Quien falta al respeto a esas y a todas las demás mujeres es una persona y es el autor de las declaraciones indicadas más arriba en esta nota.
Sí, es esta una forma de violencia contra la mujer. La violencia, y esto lo sabe o debería saberlo cualquiera con un mínimo de acceso a la información (que hoy no se le niega a nadie), no pasa únicamente por el plano de lo físico: pasa también por una cuestión psicológica y social, desde el desmedro de la mujer en lo profesional hasta su disminución en el ámbito personal y en cuanto a individuo - en cuanto a ser humano - por querer reducirla y encasillarla a una ciudadana de menor categoría, que no puede ni debe aspirar a la igualdad civil respecto al hombre. Golpes, violaciones, insultos, vituperios, desigualdades económicas... no nos engañemos: son todas formas de violencia, y todas ellas igual de reprobables por constituir una forma de discriminación.
Si el señor Mujica efectivamente no lo sabe, que se entere: las cifras de mujeres en Uruguay que hoy día padecen alguna forma de discriminación son alarmantes, y un candidato a presidente no puede bajo ningún concepto ser condescendiente ni mucho menos alentar esa cultura machista tan lamentablemente arraigada en nuestra sociedad. Debe combatirla - exactamente lo contrario de lo que él está haciendo.
Se empieza por el desmedro; se termina con un nombre más que pasa a engrosar las filas de decesos en la prensa roja. Así les enseñamos y así permitimos que se les siga enseñando a las futuras generaciones.
BASTA de eso. Si el candidato a presidente, lejos de combatir ese tipo de mentalidad la fomenta, nuestro deber y nuestra obligación moral es combatirlo a él como a todos los que piensan y obran del mismo modo; y lo seguiremos haciendo como siempre se ha hecho: con la razón y con altura. Conceptos, naturalmente, que le son abismalmente ajenos.

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